A la hora de perder peso los factores psicológicos son muy
importantes porque si no estamos preparados psicológicamente o si no sabemos
cómo tratar eficazmente las crisis que sufriremos lo más probable es que
nuestra dieta fracase estrepitosamente.
Las dietas hipocalóricas son muy estrictas y resulta
realmente difícil seguirlas hasta el final. Sobre todo en una sociedad donde
las reuniones sociales suelen producirse alrededor de una mesa llena de comida
y bebidas alcohólicas. Tenemos las tentaciones continuamente delante de
nosotros y resistirse resulta tarea casi imposible (casi).
Además, la ingesta de alimentos suele provocarnos
sentimientos de placer momentáneos que, en muchas ocasiones, utilizamos para
contrarrestar situaciones desagradables o estresantes. Lo peor es que, pasado
el instante placentero, nos sentimos culpables por haber sucumbido a la
tentación y nos vemos menos capaces de continuar con la dieta.
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Afortunadamente, existen varios trucos que podemos utilizar
y que nos ayudarán a que nuestra dieta sea un éxito:
Establecer objetivos realistas. Establecer unos objetivos
claros puede resultar fundamental para
mantenernos motivados (por ejemplo, perder una talla para la boda de mi prima).
Pero, cuidado, estos objetivos tienen que ser realistas si no sólo
conseguiremos sentirnos frustrados. No vale de nada que mi objetivo sea pasar
de 120 kg a 40, esto no es realista y me sentiré mal cuando no lo consiga.
Tener en cuenta que son procesos largos. No nos creamos las
dietas milagro que prometen perder 10 kg en una semana. Perder peso lleva su
tiempo. Las buenas dietas consisten en cambiar los hábitos alimenticios por
otros más saludables y los hábitos de una persona no se cambian de un día para
otro.
Establecer horarios fijos para las comidas. Así nuestro cuerpo se acostumbrará y no nos
pedirá alimentos fuera de esas horas.
Comer despacio. El cerebro necesita que le demos tiempo para
procesar cuándo está el estómago lleno. Mientras el estómago le manda la señal
al cerebro de que está lleno y el cerebro lo procesa, nosotros seguimos
llenando el estómago y, evidentemente, si comemos muy deprisa nos da tiempo a
llenarlo más que si comemos despacio.
Servir la comida en platos pequeños. Además de comer con la
boca también comemos con la vista. A la hora de reducir las raciones, si lo
pones en un plato pequeño parecerá que hay más cantidad al estar el plato lleno
y quedaremos satisfechos con menos cantidad.
Diferenciar si comemos por hambre (fisiológica) o no. Muchas
veces las ganas de comer algo responden más bien a un estado de ansiedad,
aburrimiento, tristeza… Debemos aprender a diferenciar cuándo el cuerpo
necesita alimento y cuándo son nuestras emociones las que necesitan calmarse.
No dejarse influir o convencer por los demás en las comidas
sociales. Aunque intenten convencernos de que comamos, debemos saber decir que
no. De la misma manera, tampoco debemos seguir comiendo porque los demás no
hayan terminado o porque haya que acabar todo lo que hay en la fuente.
Dormir lo necesario. Si no dormimos lo suficiente, esto nos
causará ansiedad lo que nos puede llevar a una ingesta inadecuada de alimentos.
No abandonar por contratiempos. Si alguna vez sucumbimos a
la tentación (casi seguro que lo hacemos, todos somos humanos), no pasa nada,
mientras no se convierta en hábito, claro. Llevando una vida saludable
notaremos poco el habernos saltado el régimen un día. De hecho, es bueno que de
vez en cuando (muy de vez en cuando) nos
demos un capricho, para disminuir la ansiedad que nos produce la dieta restrictiva.
Las dietas suelen generar ansiedad por sí mismas, así
que es importante que hagamos todo lo posible para que no se convierta en un
infierno. Ponernos en manos de psicólogos y nutricionistas nos proporcionará mayor éxito y más
tranquilidad.
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