viernes, 7 de marzo de 2014

Educar en igualdad

El día 8 de marzo conmemoramos el “Día Internacional de la Mujer”. Por eso he querido dedicar un artículo en el blog sobre la igualdad de género.

He tenido la suerte de poder trabajar en este ámbito y en el departamento de igualdad siempre hablábamos de la importancia de la educación para acabar con las desigualdades de género. Aún queda mucho por hacer respecto a este tema y es importante en que todos estemos concienciados para poder dejar a nuestros hijos e hijas un mundo más igualitario, donde se mire a las personas por su valía personal y no por un estereotipo fijado según el sexo con el que nacemos.


Las madres y los padres tenemos un papel fundamental para que podamos avanzar. Es en la familia donde más se marcan las diferencias respecto a los roles que deben representar las mamás y los papás. Por regla general, las mujeres se ocupan de las labores domésticas, del cuidado de los hijos y personas dependientes, etc. Hoy es normal que las mujeres también trabajen fuera de casa y se produce entonces lo que llamamos “doble jornada”: cuando llegan a casa después de estar todo el día trabajando recae sobre ellas toda la responsabilidad del hogar. Y todo esto es observado con atención por nuestros hijos y nuestras hijas.

Educar en igualdad es fácil si ponemos en práctica una serie de hábitos dentro de la familia.

Cuidado con lo que decimos. Y no me refiero a que tengamos que hablar utilizando términos como “los miembros y las miembras”. Los adultos tendemos a hablar delante de los niños como si no estuvieran mientras ellos escuchan lo que decimos y absorben como esponjas. Solemos generalizar y decir cosas como “los hombres son unos insensibles”, “las mujeres no saben conducir” a veces en tono de broma y otras no tanto. Sin embargo, aunque se diga en tono de broma nuestros hijos e hijas no lo entenderán así.

Potenciar y apoyar sus intereses personales independientemente de su sexo. Es decir, si nuestra hija nos dice que quiere jugar al fútbol no intentemos convencerla de que se cambie a ballet porque “es más de niñas”. O si nuestro hijo nos dice que quiere estudiar enfermería no le digamos que esa es una “profesión de mujeres”. O si nuestra hija quiere jugar con coches y nuestro hijo, con muñecas y nosotros no les dejamos. La lista es interminable. Además de que, con esa actitud, perpetuamos las diferencias de género, estamos despreciando y ridiculizando las aptitudes y los intereses de nuestros hijos con todas las consecuencias que ello conlleva.

Darles responsabilidades dentro de casa en función de su edad y no de su sexo. En muchas familias, las niñas ayudan a mamá en las tareas del hogar mientras los niños y el papá no hacen nada y esto no es justo. Mandamos el mensaje a las niñas de que son menos valiosas y deben servir a los hombres. A los niños les mandamos el mensaje de que son superiores, que deben ser servidos y además los convertimos en personas dependientes que no saben cuidar de sí mismos. Es nuestro deber enseñarles a colaborar con las tareas domésticas cada uno en la medida de sus posibilidades.

Enseñarles a expresar sus sentimientos. Nada de decirles “los hombres no lloran” o enseñarles que las mujeres lloran porque son el sexo débil. Como personas tenemos la necesidad de expresar nuestras emociones para interactuar con el medio. Cuando coartamos a los niños para que no se expresen conseguiremos que no entiendan sus emociones cuando las experimenten y que se sientan frustrados.

Predicar con el ejemplo. Esta es la mejor manera de enseñárselo. Si ven la igualdad como algo normal, como algo que  ni siquiera hay que tratar porque es una realidad absoluta en nuestra casa, tendremos todo el trabajo hecho.



Lo mejor es empezar cambiando nuestras actitudes y pensar que estamos educando personas y no enseñando estereotipos de género a  niñas o niños, diciéndoles lo que pueden y lo que no pueden hacer según si pertenecen a un sexo o a otro. Cuanto más alto pongamos el techo, más lejos llegarán. ¿Y si no lo ponemos?



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